El Cine como forma expresiva y estética

miércoles, 7 de junio de 2023

Jean Vigo, una promesa truncada

 Por Javier Mateo Hidalgo


Una de las conclusiones que se obtienen al estudiar “Los Cuatrocientos golpes” de Truffaut, es la admiración del director francés por su antecesor y malogrado camarada de cámara Jean Vigo. Sin llegar a vivir treinta años, este director realizó cuatro filmes sin desperdicio y variados tanto en su temática como en su duración. El primero de ellos, “A Propósito de Niza” (1929), filme mudo de finales de los veinte, resulta un documental claramente ideológico donde puede verse la contraposición de estatus sociales entre turistas y demás gente de clase alta con los barrios más pobres de los suburbios. La forma de rodar me recuerda particularmente a los proyectos de reportaje de Val del Omar emprendidos durante la II República española. Sus “Fiestas sagradas y profanas”, eran testimonio del folclore de algunos pueblos de la península y fue una de las tantas actividades incluidas en las Misiones pedagógicas. Con ellas, se trataba de llevar la cultura a los lugares donde resultaba más complicado acceder en esto sentido, y, a la vez, se recogía el testimonio de allí donde se viajaba y se mostraba con una doble intención educativa dirigida tanto a los sectores culturales como a los analfabetos. 

Ya encontramos en este filme de Vigo una propuesta poética en toda regla. Un encadenamiento de imágenes tan perfecto como el interior de un reloj. La idea surgió con motivo de un viaje realizado por Vigo a este lugar para tratar de sanar los problemas de salud que le conducirían a su triste final.

La segunda aventura cinematográfica la encontramos en “Taris” (1931), un reportaje- ya sonoro- sobre la figura del famoso nadador francés. Un filme acuático, donde la misma poética se encuentra en el cuerpo humano y su falso ecosistema como mamífero. Finalmente, se advierte el ramalazo surrealista cuando el nadador vuelve de la piscina a tierra firme con un rebobinado, para después acabar vestido de calle y salir del plano avanzando sobre el agua. Aquí, la relación directa la establezco inevitablemente con LeniRiefenstahl, pionera de la retransmisión deportiva donde las haya. En sus filmes “Olimpia” o “El triunfo de la voluntad”, destaca también su aportación como narradora con autoría personal. Nadie que haya visto las cintas olvidará esa visión de las olimpiadas históricas griegas, entre columnas y nubes a ras del suelo. Los cuerpos casi desnudos y un tanto ambiguos (tanto en hombres como en mujeres) provocarían las delicias de autores como Winckelman en su particular concepción histórica del arte.



“Cero en conducta” (1933), resulta la primera película de argumento dramático, si así puede catalogarse, de Vigo. En él encontramos aquello que enamoró a Truffaut. La rebelión infantil, la lucha por una anarquía traducida en libertad. Los adultos, aparecen como personajes indefensos, tanto que incluso parecería que se han invertido los papeles. No deja de ser un recuerdo de infancia de su propio autor. No ya lo que pudo haber sucedido sino lo que imaginó en su cabeza. Esta es la única realidad. 

Se suceden escenas incluso dadaístas, acordes con la época de vanguardias y a caballo entre el cine mudo y el sonoro: el primer personaje adulto que aparece en el filme, comparte compartimento de tren con dos de los niños que se dirigen a la escuela. Parece dejarles hacer todo tipo de ocurrencias, pues se encuentra como dormido. Finalmente, al detenerse el tren, este personaje caerá como un muñeco al suelo. En otra escena, ya en el colegio, el vigilante de los niños se pone a hacer el pino sobre su mesa mientras realiza un dibujo que después cobrará vida. La imagen del adulto se ridiculizará también poniendo al director de la escuela como a un niño disfrazado, con su estatura y su voz aguda. También, durante el paseo escolar por la ciudad, el encargado se irá por su lado dejando solos a los niños, que le encontrarán en otra calle y le seguirán mientras persigue a una mujer. Otro profesor, este de medicina, parecerá abusar de uno de los niños, de aspecto afeminado. Finalmente, en un día de celebración donde se encuentran todos los representantes de la escuela en el patio, aparecen figurantes realizando incluso ejercicios de contorsión, mientras los que se encuentran sentados en primera fila para observar el espectáculo aparecen representados por monigotes en las sillas de detrás.

Como un ser incomprensible que a veces no merece de atención, he elegido como representación perfecta la de aquel otro que se parapeta tras un periódico, resultando ausente por su inmovilidad, en la escena en la que dos niños demuestran su vitalidad realizando todo tipo de actividades, encontrándose en la misma habitación que él.


 Un canto – a fin de cuentas- hacia la infancia, que parece atender a todas sus reivindicaciones, volviéndolas lógicas ante el mundo absurdo de los mayores.

Por fin, llegamos a L´Atalante (1934) la película que cierra esta tetralogía, por llamarlo de algún modo. Una sencilla historia sobre la vida de los marineros de un barco que lleva por título el nombre del film. El patrón de la embarcación se llevará a su novia (con quien acaba de casarse) con él en sus viajes marítimos. Ella comenzará a sentir hastío por la seriedad de su marido, influenciada por otros personajes como el divertido tío Jules, que le muestra todo un universo fascinante en su camarote. Por ello, decide abandonar el barco durante un día visitando París, de donde volverá desengañada. Las escenas oníricas (y creo yo, eróticas) de los dos enamorados, cada uno en solitario imaginándose acompañado del otro, resultan interesantes. Pero no por ello cabe desmerecer a otras que incluso resultan más mágicas, como la de Jules creyendo hacer funcionar a un disco de vinilo utilizando su dedo como aguja de gramófono. 

Jean Vigo, director en auge que siempre resultará novedoso, se ha ganado la fama de leyenda al morir joven y dejar de legado estas cuatro muestras tan peculiares de cine. No sabemos que películas habría hecho en adelante, ni siquiera si habría renunciado a su intención de hacer un cine tan diferente, al volverse con los años todo tan vulgar. ¿Saben lo que pienso? Que prefiero quedarme con todas esas dudas, alegrarme de todo ese desconocimiento, porque en él se encuentra, creo yo, la mayoría de la parte de ese encanto que siento.               


 Publicado originalmente en el blog "El efecto fi" (suprimido) el 17 – 9 – 10

Obsesión por "Vértigo"

Por Javier Matero Hidalgo


Si tuviese que realizar anualmente un ranking sobre un número de películas favoritas (pongamos tres), la película de Hitchcock “Vértigo” no bajaría un escalón de su número uno. Que mis gustos y mi criterio vayan variando con el tiempo dan más mérito a esta fidelidad hacia una película que no suele citarse a la hora de hablar del genio del suspense. Está injustamente infravalorada, a mi juicio. Las películas psicológicas deberían de ser las mejores a la hora de interesar al público en la trama. ¿Necesitamos que nuestra expectación se genere justo entre susto y susto? ¿Hoy en día en qué se ha quedado el efectismo como arma de seducción para un público cada vez más exigente? En “Vértigo” se juega precisamente con las apariencias, con ese nunca saber qué es lo que puede estar pasando hasta el final de la obra. Hitchcock juega con el espectador como si de su personaje, Scottie, se tratase. Le vuelve loco, le trastorna, le hace inquietarse como a él. Ese descenso al mundo de la locura es lo que de verdad importa en esta historia. Un proceso largo, pues uno no se vuelve loco de la noche a la mañana. Todo un mecanismo que supera las dos horas de metraje. 


Hitchcock dijo sentir verdadera admiración por Luis Buñuel. De hecho, siempre se compara la escena del campanario de “Él” con la de este filme. Un campanario de las Misiones de San Juan Bautista, casi tan mexicano como el del filme del director aragonés. El forcejeo de Stewart en un intento desesperado por conducir al mismo estado a Novak, a hacerla comprender usando la fuerza, resulta casi de un paralelismo atroz para con el otro de Ernesto Alonso. Los celos, en este caso, pueden volvernos locos. Al fin y al cabo, hablamos de obsesiones. Obsesión por una mujer. 

El tímido y bonachón Stewart, parece del gusto de directores sádicos que buscan comprometerle para hacerle revolverse contra ese mundo que le oprime. De padre de familia justiciero en “Qué bello es vivir” pasando por sheriff defensor del orden en “Los Malvados de Silver Creek”. En el filme de Hitchcock, puede parecernos incluso indeseable cuando trata de fetichizar a su “mujer fantasma”. Debemos de comprender también, que ya no es él, que anda ya entre esos muertos a los que hace referencia el subtítulo de la película. Vaga tratando de volver cuerda a la locura, porque ya no busca a una mujer sino a “la imagen que tuvo de esa mujer” totalmente artificial. 

Resulta increíble como Hitchcock consigue convertir esas novelas de kiosco y fin de semana en verdaderas potencias en todos los sentidos. ¿Quién sabe si de no ser por él hubiesen pasado sin pena ni gloria por este camino de la historia? 

Ahora me asalta una duda que debo despejar: “¿Qué le pasa a Hitchcock con las mujeres?” Para él  seguramente, haya tres tipos: La fatal o perversa, la ingenua o tonta sobre la que caen todas las desgracias y ella las asume con resignación, o la que trata de resarcirse de sus “pecados”, cambiar el rumbo de su vida, sin éxito. 

Tengo otra pregunta: “¿Qué le pasa a Hitchcock con las mujeres y con los bosques?” Tal vez encontremos la respuesta en Freud: La mujer se rodea de falos (los árboles), como le sucede a Novak en “Vértigo” o a Marie-Saint en “Con la muerte en los talones” (North by North West”). Realmente hay por su parte un intento de trasladar toda esta perversión al cine. Hoy en día resultaría indigesto, no podría hacerse (o resultaría una pérdida de tiempo porque nadie se percataría de ello). Él creía verdaderamente en ello, como quien cree en las imágenes subliminales. Volviendo al ejemplo de Marie Saint: en la escena final del filme, cuando por fin ella y Cary Grant consiguen escapar en tren, en el momento en que ambos se besan se observa cómo “penetran” en su vagón por el túnel. De nuevo, esa obsesión por las imágenes del inconsciente.

Otro ejemplo Freudiano, en este caso con su “interpretación de los sueños”, lo encontramos en la pesadilla que tiene Stewart, donde todo se le mezcla antes de acabar en esa casa de reposo. Son los recuerdos también importantes (como cuando ella piensa en lo que verdad ocurrió en el día del campanario, haciéndonos a nosotros también partícipes) o en el momento en que ella y él se vuelven a reencontrar pareciendo los mismos del pasado, besándose mientras la cámara gira en torno a ellos y vemos como el fondo de la habitación se convierte en otro, en el del establo de San Juan Bautista. No hay un ejemplo de mayor maestría para hilar una historia constantemente creando un constante desengaño en el espectador. “Nada es lo que creías haber visto”.  

“Vértigo” me produce lo que su título propone. Me sigue cautivando, no ha perdido un ápice de aquello que creí ver en su primer pase. 



Publicado originalmente en el blog El efecto fi (suprimido) el 13 – 9 - 10

Suspense, Jack Clayton, 1961

Por Javier Matero Hidalgo 

Lo primero de todo, tengo que pedir perdón por emplear un título incierto para designar a una película que pretendo se conozca en su totalidad. Esto dice muy podo de mi carácter internacional. La traducción empleada aquí en España por la época es bastante ramplona, pues se limita a definir la sensación que se siente durante todo el largometraje, y para nada nos da pistas de un marco que abarca a Henry James (literatura) o a BenjaminBritten (música) y, por qué no, a Ibáñez Serrador en “La muñeca”, auque de influencia más diseminada dentro de su tónica de “Historias para no dormir”. 


Para poder hablar de ella, debemos de asumir el papel del director Clayton en su traslado cinematográfico (contando además con la ayuda de capote). Una versión muy especial, de las que no son del gusto de otras mentes más estructuradas en tanto a narración. Sonreímos al recordar comentarios del tipo “a mí las películas que acaban con el protagonista andando por un camino, sin saber qué le pasa al final, no me gustan”. Tampoco podemos decir con seguridad que leyendo el relato original saldremos de dudas. Nada de eso. Podemos enriquecernos en ciertos detalles (a la vez que perder otros que solo son posibles por el medio cinematográfico), eso es todo. La historia puede recordarnos, incluso ante referencias, a “Los otros” de Amenábar. Pero para ser justos con los dos directores, creo que lo único que les une es el componente de mujer adulta al cargo de dos niños. Y, si queremos dar un paso más adelante, el carácter proteccionista de un adulto hacia dos perfectos seres humanos en trámites de desperfeccionarse. El juego psicológico comienza a cobrar efecto cuando este adulto comienza a dar crédito a las situaciones paranormales en las que parecen vivir soñando estos niños al convertirlas en un juego. Un juego macabro, desde luego. 

¿Podemos quejarnos entonces de la libertad de movimientos que se otorga al espectador? ¿Necesitamos todavía ir de la manita, que se nos de todo masticado? Todos nos hemos sentido algunas veces sin dientes ante un determinado plato, pero sería conveniente que aprendiéramos a manejar nosotros mismos la batidora para hacer el puré digestivo. 

Volviendo al “Suspense”: esta forma de crear incertidumbre puede considerarse de las mejor logradas. Su inquietud palpitante mantiene al espectador atraído por ella sin necesidad de trucos de prestidigitador barato. ¿Miedo, terror? Sí, pero no esa sensación de plástico generada por las grandes factorías de ilusiones mercantiles, sino más bien una estructuración mental común a todas las personas. Jugar con esta afinidad sin que podamos buscar para encontrar el truco realizando una introspección. No hay nada más peligroso que lo que no podemos controlar; por ello, navegar en el subconsciente, si se sabe con qué barco, puede salirnos con un final feliz, sin que naufraguemos finalmente en la tormenta. 


Aprovecharse de la inocencia infantil: si lo hacen las personas, es cruel. Si lo hacen los fantasmas (o mejor espíritus, por el miedo a acabar relacionando el término con los de la sábana y las cadenas) resulta demoniaco. Parecen ser el blanco perfecto hasta para las fuerzas paranormales (que no para anormales) de otros mundos. En mi opinión, es muy socorrido y cruel utilizar como blanco este arquetipo. ¿Quién dijo que no hay crueldad en los niños? A veces, más que en los adultos, que acaban derivando más hacia un psique más refinado (esto lo enseñan los años), por encima ya de atar cuerdas a las moscas (esta expresión me encanta). Digamos que de los niños yo me quedaría con el chico, que posee un físico un tanto anómalo. Esto es una baza a favor de lo que se cuenta literariamente, es decir: su apariencia de ser adulto o que se comporta como tal. La relación sexual que puede haber entre el niño y la nurse (Deborah Kerr) ahora resultaría impensable para la actualidad cinematográfica (como en mayor medida, el maltrato animal en las películas de Eisenstein). Esta moral ambigua de “nos” y “sis” excusados banalmente no deja de sorprendernos. Retirando este elemento, el relato no podría representarse de otro modo. “El niño no se comporta con su personalidad, ya no es él cuando actúa así” parece dejarnos mas tranquilos ¿no? 

Para finalizar: he elegido esta versión de Clayton porque me parece la más acertada tanto a traslación de un elemento literario. Las versiones de transición de libro a película no siempre son acertadas escogiendo la libre versión. Creo que el director ha comprendido realmente de lo que nos habla Henry James y por ello le ha salido una obra redonda. Otros, con menos suerte o perspicacia, no quedarán en el olvido (pues ahora hay más información por todos los sitios que nos ayuda a recordar) pero claramente seguirán resultando ambiciones menores.



Publicado originalmente en el blog El efecto fi (suprimido) el 25 – 3 – 10


Un profeta y Celda 211: La constante caída del caballo

 Por Javier Mateo Hidalgo


Si San Pablo de Tarso tuvo que caerse una vez del caballo para ver la luz de la fe, encontrar sentido a su vida y ver las cosas claras, creo que a estas alturas por mucho que me siga cayendo (de un caballo o de un burro) la mona dejará de vestirse de seda. He tenido la oportunidad de ver en menos de una semana dos películas de género carcelario: “Un profeta” de Jacques Audiard y la reina de los Goya 2010 “Celda 211” (después del otro producto de Telecinco, “Ágora”). Si bien es cierto que la segunda, comparada con la primera, es algo totalmente edulcorado, al menos sí consigue mantener un ritmo de interés. El film francés nos oferta una especie de decálogo sobre “el posible ascenso de un hombre gracias a la cárcel”, extraña paradoja que nos hace pensar. El español es mucho menos pretencioso, pero consigue demostrar que la sencillez es un buen medio para captar la atención del espectador. Por esto mismo afirmo que nunca dejaré de sorprenderme. ¿Cómo puedo caer en algo tan bajo a estas alturas? Lo cierto es que esa “falsa humanidad” de la bondad de los presos frente a los malvados que se pasean por la calle con chaqueta y corbata con una mentalidad mucho más sucia consigue penetrar fácilmente gracias al melodrama (que por otra parte nos advierte de su propia ficción) y esto resulta doblemente peligroso. Audiard también tiene algo de esto, solo que en este caso los personajes pretenden ser más fieles a lo que verdaderamente sucede en los casos reales: una cierta deshumanización donde se pierde el principio original del que termina por corromperse, del que cambia absolutamente su vida por unas circunstancias forzosas (el encarcelamiento). Aquí podemos encontrar de nuevo similitudes, véase el caso de los personajes de Malik El Djebena (interpretado por TaharRahim) y Juan Oliver (Alberto Ammann), trastocados por el propio transcurso de las historias. En el fondo, quizás, la ganadora del premio César nos está hablando de una historia de mafias, a pesar de contar la historia de este musulmán que acaba haciéndose amigo de los corsos. Por eso, una sucesiva tanda de “encargos” por los que ha de pasar el aspirante a mafioso puede acabar por saturarnos. No es necesaria la pormenorización de todas las vicisitudes y, sin embargo, se incluyen hasta la extenuación una tras otra. Incuso los momentos más oníricos son mal transportados a este ambiente, resultando incluso molestos dentro de esta fábula de incorrecta moraleja. 

En cualquiera de los casos, la corrupción acaba volviéndose necesaria, pero la encontramos sin embargo injustificable en los funcionarios de prisiones. Esta idea de estado desvirtuado acaba dando la razón a los que se vuelven “molestos en él” porque no bajan la cabeza ante él, porque saben más como cocineros que como frailes.

A pesar de un guión mucho más primitivo, la “Celda” consigue de mí lo que la sofisticación del profeta debería de llevar en sus ventajas de calidad (y no olvidemos que el guionista es vasco y algo debería de arrastrar de nuestro atraso). Por eso digo que no dejo de sorprenderme. En una conseguí desconectarme de la historia, mientras que en la otra ni siquiera me planteé sin estaba o no conectado.

Ninguna de las dos historias me informó de nada extraordinario, pero tampoco lo buscaba. Sabía a lo que iba. Una especie de estudio desde una tarea inventada y nunca impuesta. Una especie de negociador, por decirlo de alguna forma, que traspasa un umbral con pie firme, sabiendo al juego al que se enfrenta. No dejándose engatusar por este “oro y el moro” que acabó siendo del que cagó el mismo señor otras tantas veces. 

De Daniel Monzón poco puedo decir. Un director en cuyo currículum se encuentran obras como “El robo más grande jamás contado” y críticas de dudoso gusto (como aquellas que utilizó para ensañarse contra películas como “El detective y la muerte”- película, a mi juicio, de mayores aspiraciones cinematográficas que las que él plantea en historias como “El corazón del guerrero”). De Audiard podemos incluir aquello de que “de casta le viene al galgo”, por lo de la excelente labor que su padre (Michel Audiard) desempeñó como guionista. Creo que las comparaciones son odiosas, por eso  me limito a no engrosar más mi lista (negra o blanca, depende del ojo con que se mire) y dejar claro lo de que “las opiniones vertidas…” sigan al menos en la línea en la que he decidido mantenerme. 


Publicado en el blog El efecto fi (suprimido) el 6 – 3 – 10

Perros de Paja (Straw Dogs), Sam Peckinpah , 1971

Por Javier Matero Hidalgo 


Si Garci consideraba su “Luz de domingo” un western asturiano, bien podríamos atrevernos a asegurar que la modernización de un género tal solo podría venir de manos de aquel que bien lo conoció y supo aprovechar sus últimas bocanadas, estertores o coletazos: Peckinpah.

El personaje que encarna este Dustin Hoffman de primera comunión, es un David Summer totalmente descontextualizado, traicionado en este entorno hostil hasta por su pareja sentimental, Amy, una Susan George deslumbrante y cegadora, desconcertante para la pérdida de los cinco sentidos (comunes). Este estudiante matemático se enfrenta a estas fuerzas irracionales, hechas de tripas y whisky. Quizá su comportamiento llegue a escamarnos, nos enerve hasta límites insospechados. Justamente la coherencia nos resulta antipática, democráticamente insoportable en esta pequeña villa londinense. 

Lo cierto es que Strawdogs resulta completamente hostil para los malacostumbrados que pre
cisan de cintas-transición como “El valle de la violencia”, “Los malvados de SilverCreeck” o la misma “Grupo Salvaje” del propio director. Esa violencia que nada intimida, que se convierte en mecánica de acción edulcorada: esos valientes que mueren con las botas puestas, que se cuentan por miles (tantos como los que caen en una batalla totalmente despersonificada, donde lo que habla es la masa de indios y vaqueros). Aquí no, aquí en este grupo de cinco perros de paja, los rasgos de estos cinco rostros son perfectamente descriptibles. Aquellos que engañan a un solo hombre, aquellos que no son por tanto, tantos aguerridos luchadores. Los que se enfrentan contra uno, resultan más creíbles que los quinientos contra el mismo contrincante (por mucho que el atrevido retador conozca de la filosofía oriental y sea capaz de dominar con su cuerpo tantas fuerzas opuestas que sobre él se ciernen). 


El valiente vaquero, o, al menos, el parsimonioso personaje, hace uso de la típica frase: “Prepárame café”. Cuando debe enfrentarse a una empresa, lo único que sale de su experimentada boca es la orden educada de tomar cafeína (fenomenal para controlar los nervios, todo sea dicho de paso). Bueno, creo que este comentario es injusto ¡pero es que me retrotrae a tantas películas…! Es, no sé, como una voz unificadora de tantos dobladores que uno recuerda y que desearía volver a escuchar… A veces, para mantener vivo el recuerdo, tengo el capricho de ver una película doblada para capturar de nuevo la misma sensación que de niño sentí… la obra completa (tal como yo la concebía).

Verdaderamente, volviendo a lo anterior, es esta estoicidad digna de algunos especímenes (dicho con cariño) de la vida real. La hija de mi tío, cuando pequeña, le preguntaba como duda ante este personaje a resolver: “Papá ¿este señor es tonto?” 

Bueno, finalmente no es tanta la tontería tonta junta. Sin embargo, así como aparece en un primer momento un personaje femenino infantil, provocador, vamos observando a lo largo de su historia cómo este descubre que a veces, los juegos, en la edad adulta, son bastante peligrosos. Sigue resultando, aún así, un personaje imán de odios para los espectadores. Es la perdición, junto a aquella casa de campo en las afueras y aquel personaje grandullón y atontolinado, del protagonista. 

Respecto a los ingenios técnicos, cabe destacar el montaje machacador en la psicología de la muchacha profanada. Eso de la violencia directa y explícita, no lo lleva bien el director. En lugar de la salsa de Ketchup, opta más bien por narices de sátiro, risas indigestas y reducción del campo de seguridad. Los juegos crueles de los “amenazadores invitados a sueldo” también ayudan a esta angustia que, con mayores o menores pasos, va acrecentándose en intuitivos avisos de lo que puede que suceda. 

Peckimpah, en todos los sentidos, es una bestia cinematográfica, y los demás, presas fáciles.


Publicado originalmente en blog El efecto fi (suprimido) el 3 – 3 – 10

Todos somos necesarios. José Antonio Nieves Conde, 1956

Por Javier Mateo Hidalgo


El título de esta película es esclarecedor para una información previa en el espectador. La importancia de la nominación en cine puede serlo en mayor o en menor medida, con más o con menos ojo, con intención poética siempre. Así por ejemplo, titular fácilmente por el tema una obra puede suceder en ciertos casos. Por ejemplo: “El milagro de Fátima” o “Don Quijote de la Mancha”. Sin embargo, puede emplearse para la misma tarea un análisis de otro tipo, véase “El loco del pelo rojo” por Van Gogh o “Esmeralda la Zíngara” para El Jorobado de Notre Dame. Un caso que efectivamente se ha dado por partida doble es el de “Cielo sobre el pantano” para el mismo tema que la película “Santa María Goretti”. No quiero explayarme mucho más, tan solo dar importancia a algo que nos introduce o no en el cine en muchos casos. 

Después de “Surcos”, Nieves Conde ataja de nuevo un problema creado por la sociedad en los hombres. La primera imagen (acompañando a los títulos” de un río de presos atravesando un pasillo carcelario ilustra bastante bien el tema. Las siluetas en negro de los condenados, de los que llevarán siempre esta otra nominación dentro y fuera de la penitenciería, después de haber pagado ya sus culpas. En esto se muestra a la sociedad de aquel tiempo siempre con escepticismo. Allí están todos los que, con mayor o menor suerte, se han librado de encerrarse en rejas. Siempre existe ese prejuicio malsano de los que aprenden en los libros lo que no se enseña en las bibliotecas (siendo más exactos, en las escuelas). Ese tatuaje que llevan los personajes del cuento de Kafka y que es recordado por esas monstruosas máquinas despellejadoras. Vamos a comenzar por aquí, por los personajes en masa:




Los viajeros de aquel tren que se metamorfosea en juguete de vez en cuando (lo de “todos somos necesarios” desde luego no debería afectar a los encargados de maquetas) parecen estar corriendo la misma suerte que la de los protagonistas dejaron atrás: sin comerlo ni beberlo, se encuentran encerrados, atrapados, en este caso por el temporal de nieve. Aquí no hay teoría que valga, pues la gente no se transforma ni en este tipo de circunstancias: un niño cae enfermo y debe de ser intervenido de urgencia. El cirujano en la sala es uno de estos condenados, Alberto Closas. La multitud parece, por un momento, ablandarse (y permítaseme el fácil juego) con este bisturí de almas. No tardara la cosa en desmentirse, pues en cuanto se vuelve a saber que una cartera ha desaparecido, se vuelve al mismo camino: “Esta gente, por mucho que pase por la universidad…” Aquello se hacía de esperar, pues sucede otro comentario inoportuno antes de este cambio de actitud general que dice: “pues al final no van a ser estos tan malos…” El caso está claro en el padre de la criatura, un “capitalista” que va solo a por el dinero y que nada le importa su familia (tan solo cortejar a la secretaria, que va también en el viaje). Esta cierta doctrina del régimen que, por sus mismos ideales, se permitía atacar al capital y a su vez atacar al comunismo, resulta un tanto curiosa. Como bien quedó claro en “Surcos”, el capital se persigue porque es lo que seduce a los habitantes de los pueblos para abandonar su lugar, su “tradición”.

No solo la cárcel les persigue sino la propia moral como individuos, que les acaba pesando psicológicamente, les describe como inútiles para lo que servían. Closas, por ejemplo, es un cirujano que ha sido encarcelado por una demanda interpuesta por la familia del último paciente que no puedo salvar. “Sabía que había un noventa por ciento de posibilidades de fracaso en la operación…” se lamentaba. Necesitaba, por tanto, superar esa barrera que le sugestionaba, que le hacía pensar que había fracasado como cirujano. Desde luego, ya no hay criminales tan caballerosos y elegantes como el señor Closas (así como un culpable tan bien avenido como en “Muerte de un Ciclista”). 

Destacar también a FolcoLully, un actor que tenía yo ya en mi memoria por su papel protagonista en “El hereje”. Su aspecto rudo le condenó en este caso a ser este ateo de mal vestir y descuidado en formas (el prototipo de hereje, vamos- nótese la ironía). Sin embargo, hay una bondad siempre que deslumbra desde la primera escena, que escapa de la pantalla al espectador (automáticamente enemistándolo con los personajes ya mencionados del tren que no consiguen ver más allá del maniqueísmo cinematográfico). Su origen real como actor y su otro origen creado hacen de él un italo-vasco muy curioso.                                                                                                                                        Del otro pobre diablo (el que sufre una crisis en su matrimonio) poco me cabe decir en referencia a sus dos compañeros. Realmente pasa casi inadvertido, en la línea del cura que con sus mejores propósitos se ofrece para operar al improvisado paciente (y eso que son “protagonistas secundarios”).  

Nieves Conde pasó, con este tipo de propuestas, de ser considerado un director oficial (con filmes como “Balarrasa”- de 1950) a un realizador difícil. Con “El inquilino” (1958) sufrió primero la prohibición y después el permiso con numerosos cambios y cortes. Más adelante, comenzó ya el declive para el público (verdadero juez sin causa).

Lo cierto es que ahora no se justifica la excesiva dureza impartida por la ley pero tampoco de ningún modo una mayor atención por delante de las propias víctimas. Es una reflexión que deberíamos constantemente de plantear, pues esta balanza de la “Lex” cuida la venda pero pierde a veces el pulso con los platillos al tratar de nivelar excesivamente. No olvidemos que tanto el cine como la crítica están hechos de una época. Tómese como un granito de arena, nunca como una china en el zapato.

Publicado en el blog El efecto fi (suprimido) el 26 – 2 - 2010  

sábado, 13 de noviembre de 2021

El orfanato, Juan Antonio Bayona, 2007

Es reconfortante que los productos cinematográficos españoles apuesten por generar dinero en los ámbitos naturales de su “utilidad social” y no en los círculos de la endogamia parasitaria. Sólo por ello El orfanato merece un caluroso aplauso. La película nos mantiene clavados en la pantalla desde el primer fotograma hasta el último. Lo mejor: la producción, mediante fórmulas de probado éxito. Si no me equivoco, teniendo en cuenta lo que costó producirla, acaso se recuerde dentro de unos años como la película más rentable de la historia del cine español. El magistral lanzamiento publicitario completa la homologación de “nuestra industria” en un contexto de feroz competitividad. Es sabida la relación directa que existe entre inversión publicitaria y recaudación. La historia, supeditada a una línea argumental sencilla (el amor materno-filial), recuerda muchas películas anteriores y, en especial, algunas muy recientes (Los otros), que, a su vez, nos remiten a aquella inolvidable de J. Clayton (The Innocents, 1961); el desenlace compone “estilo” con El laberinto de el fauno y, en general, con los repertorios iconográficos de Guillermo del Toro, por lo general, escasamente desarrollados en la faceta simbólica; sería absurdo buscar en El orfanato referencias a los universos míticos o mágicos del lugar en que se desarrolla la historia. El equipo de realización perdió una magnífica oportunidad por ese camino. Entiendo que por ahí se encuentra la parte más débil de la película: un guión que, cargado de concesiones populistas (psicofonías) y comparado con The Innocents, refuerza la añoranza por aquellas películas preñadas de sugerencias complejas e interesantes: Aún persiste en mi memoria la imagen del niño “perverso” intentando seducir al personaje interpretado por Deborah Kerr. Sí, ya sé que son odiosas las comparaciones, pero en ellas descansa una parte importante de la argumentación crítica y, francamente, creo que sería buena idea que el cine se esforzara por esa línea… aunque no se pueda resucitar a Truman Capote. Asimismo, también flojea en otros aspectos de la vinculación al terruño: apenas se han aprovechado las posibilidades espectaculares del paisaje asturiano. Es obvio que no se cuidó demasiado la “localización”. Algunos cronistas han enfatizado la interpretación… Entiendo que es difícil substanciar una buena interpretación cuando el guión es tan homogéneo. No obstante, frente a lo que, por desgracia, suele ser habitual en el cine español, en El orfanato no aprecio carencia interpretativa alguna; hasta los niños entonan en el ambiente general, dominado por la personalidad de Belén Rueda. La fotografía, muy condicionada por la escasez de iluminación, sobre la que se hace descansar gran parte de la tensión narrativa, no se puede decir que sea brillante, pero sí correcta. Es casi una película en Blanco y Negro, en la que se han despreciado las posibilidades de una imagen más ambiciosa… En la misma línea también son obvias las carencias en la dirección artística. Los recursos que determinan el ritmo narrativo han sido utilizados con agilidad: es destacable el movimiento de la cámara, así como los “efectos” consagrados por el uso en este tipo de obras (insertos sonoros de sobresalto, destellos, congelaciones puntuales del ritmo narrativo, etc.). Por último, es de agradecer la mesura en el uso de las fórmulas “expresivas” inquietantes (máscaras de los niños, niños de rasgos anómalos, rostro monstruoso de la cuidadora después del accidente, etc.). En definitiva, aunque quepa esperar poco entusiasmo de la Academia norteamericana, es una película que me ha recordado mucho ‘Tesis’… Como primera obra, me parece excepcional, incluso contando con que Guillermo del Toro haya participado más de lo que conviene al decoro profesional.

domingo, 6 de marzo de 2016

¿Inspiración o copia?

Lo propone David:


martes, 1 de marzo de 2016

Mad Max, efectos especiales

Revenant y Tarkovsky