El Cine como forma expresiva y estética

martes, 4 de marzo de 2008

La infelicidad de McCandless

Por Arch

“Into the wild”, 2007. 140 minutos. Director: Sean Penn. Actores: Emile Hirsch, William Hurt, Marcia Gay Harden, Vince Vaughn, Hal Holbrook.

Muchos hilos cuelgan de “Into the wild”; lo mejor es empezar por su contenido.

En el dilema existencial del protagonista hay dos ejes que se cruzan: el deseo de venganza contra unos padres que se han portado mal y la llamada “infelicidad byroniana”. Lo primero no plantea demasiados problemas: una infancia bañada en prepotencia, mentiras, frustración y violencia han convencido a Chris McCandless de que la raza humana es basura, y que por tanto vale más irse a vivir con las ardillas y de paso castigar a los padres desapareciendo sin dejar rastro.

La segunda es más interesante: La Infelicidad Byroniana es el profundo desasosiego que sufre quien lo ha visto todo. Al parecer, esto le pasaba al poeta inglés: había vivido aventuras por el mundo entero, había nadado en las azules aguas del Helesponto, se había acostado con las mujeres más bellas de los principales reinos europeos y orientales y había saboreado la gloria de ser el mejor poeta de su época. Entonces, un buen día, Lord Byron llega a la conclusión de que ya lo sabe todo, y se convence de que lo único que puede hacer es esperar la muerte (normalmente, ésta suele ser una pose pedante, la impostura de algún presunto ilustrado; nadie puede conocerlo TODO). Entonces, como antídoto para la melancolía y la alienación, lo mejor es fundirse con la naturaleza, dejarse llevar por los instintos primarios y volver a cazar, recolectar en silencio y respirar aire puro.

La tristeza del joven McCandless (23 años, recién licenciado) apunta en esa dirección: cree que la civilización no puede aportar nada, pues está construida sobre mentiras y bases equivocadas; no puede soportar una perspectiva de horarios fijos y masificación, así que se echa, literalmente, al monte. Ante el abismo que se abre cuando acaba una etapa, con una pesada mochila de rencor y frustraciones, el chico rompe las tarjetas de crédito, dona sus ahorros y fulmina la enorme distancia que ha surgido entre la naturaleza y los humanos. Vuelve a los orígenes para ver si así encuentra la felicidad (tema central).

No en vano, la película comienza con estos versos de Lord Byron.

There is a pleasure in the pathless woods,
There is a rapture on the lonely shore,
There is society, where none intrudes,
By the deep sea, and music in its roar:
I love not man the less, but Nature more.


Romanticismo, en resumen.

El tema me recuerda, rápidamente y salvando largas distancias, a “El club de la lucha”; el Proyecto Mayhem podría responder a las necesidades de McCandless (pero con un componente colectivo y autoritario). Así imagina Tyler Durden, en la novela, un futuro anárquico:

Cazarás alces en los bosques húmedos del cañón cercano a las ruinas del Rockefeller Center y encontrarás almejas enterradas junto a los cuarenta y cinco grados de inclinación de la Aguja Espacial. (...) Escalarás la bóveda de un bosque uliginoso donde la atmósfera estará tan limpia que verás figuras diminutas majando maíz y poniendo a secar tiras de carne de venado bajo el sol de agosto en el área de descanso de una autopista abandonada.

Apartado formal.

Me gusta cómo aparecen las ideas a lo largo de la aventura hasta la conclusión: McCandless las arranca instintivamente de un viejo solitario, de unos hippies ajados o de los clásicos rusos que lleva consigo; reflexiona mientras cruza los Estados Unidos vestido como un mendigo. El director, Sean Penn, da coherencia al revoltijo existencial con buen pulso; su técnica narrativa, libre y solvente, retrata muy bien la espontaneidad de un viaje sin rumbo. Estos son sus instrumentos.

>Constantes flashbacks, hacia un joven McCandless afeitado en casa de sus padres, otro risueño que cruza ríos, recoge trigo y le canta a una manzana, y un tercer McCandless radicalizado, enterrado en los confines de Alaska.
>Dos monólogos reflexivos que narran la historia: el de McCandless y el de su propia hermana, trenzados con soltura.
>Capítulos: la peripecia, desde que el protagonista renuncia a la civilización (y se autobautiza como Alexander Supertramp), se divide en nacimiento, adolescencia y madurez.
>Y la fotografía, por supuesto: panoramas helados, verdes y sonoros, ríos que rugen entre colinas, desiertos infinitos, océanos de trigo... Gracias al encuadre, las texturas en contraste y el montaje, el espectador respira sol y bebe montañas junto al aventurero.

Paisajes, filosofía, drama, momentos del pasado, aventura, paisaje, clásicos rusos, vuelta al presente, más paisaje, salto a un pasado más lejano, personajes variopintos, vuelta al presente, más aventuras... Todo se mezcla con naturalidad, con esa falsa improvisación a la que se llama frescura.

También están bien las actuaciones.

Como puntos en contra están el excesivo metraje (se le podrían extirpar veinte minutos) y el tipo de música que acompaña casi todas las escenas (siempre he sentido un rechazo biológico hacia el rollo de guitarras y canciones a coro en el césped; como beberse un litro de miel a pelo): por eso a veces puede parecer demasiado edulcorada, hasta cursi. Algunos dicen que se trata de un larguísimo anuncio de automóviles con un contenido ingenuo (la simple búsqueda de la felicidad); otros hablan de película libertaria...

A mí me parece que, sobre todo, es una obra personal; está claro que a Sean Penn le cautivó el libro (de Jon Krakauer) en su día y se ha tomado muy en serio la adaptación. Se nota y se agradece.

2 comentarios:

  1. Buena reseña. Me la apunto, para echarle un ojo porque creo que la "infelicidad Byroninana" tiene cierto sentido hoy. No lo conocemos todo, pero por primera vez se nos presenta la posibilidad de conocerlo.

    Muy bien visto y buena la comparación con el club de la lucha.

    Un saludo

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  2. Teresa Solar me ha enviado esta referencia:

    http://www.mensjournal.com/feature/M162/M162_TheCultofChrisMcCandless.html

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