El Cine como forma expresiva y estética

martes, 23 de marzo de 2010

IT´S A WONDERFUL LIFE!: EL CINE COMO ESTRATEGIA PROFÉTICA

Por: Javier Mateo Hidalgo



“Has tenido una gran ocasión, George: Ver lo que hubiera sido el mundo sin ti”. Esta frase, que parecería de “Cuento de Navidad”, es sin embargo pronunciada por el ángel Clarence, que trata en la tierra de concienciar de lo divino a su pupilo para sí “ganarse las alas”. Efectivamente, en el cine de Capra (que bien elegía los libros para sus adaptaciones) hay una clara herencia de la literatura de Dickens. Pero, la cosa va más allá: es la creación de un universo complejo. Por ejemplo, podríamos decir que le debe también mucho a las ilustraciones de Norman Rockwell (al que la coca-cola debe también mucho para sus carteles publicitarios). Capra no solo recibe sino que da en un testamento inesperado. Si Mister Scrooch es perfectamente el señor Potter interpretado por Lyonel Barrymore, el señor Burns en “Los Simpson” no deja de ser una continuidad dentro de este sueño americano roto en este caso con ironía de tira cómica. James Stewart, en este caso, sería comparable al Antonio Casal que por esos años competía en la industria cinematográfica española: un anti-héroe o anti-galán y, sin embargo, el yerno perfecto que toda madre quisiera como esposo para su hija. Creíamos ciegamente no en el sueño americano, sino en la personificación de un actor como personaje que adoptar, que envidiar. En una palabra: al que aspirar. El personaje de ficción más humano pero no por ello el más real. Una actitud casi de abnegación cristiana. La bondad nos hace estúpidos. Yo creí en esta forma de ser de niño, crecí ensayando para la vida real con este patrón. Pero, fuera del cine, las cosas funcionan de otra forma, parecen huir del estereotipo. Quizá nos espere esta actitud en la fase final, cuando cobramos estabilidad en nuestra madurez como personas. Pero, mientras tanto, hay que sortear un sinfín de obstáculos que no hacen otra cosa que enmascararnos para hacernos aparentar fortaleza ante los demás. Carácter ¿no?
Pero, no nos echemos a temblar. Parece más enigmática la cuestión cuando este personaje ficticio parecía tratarse de un carácter real en la vida de su intérprete. Tantas veces se ha vendido en la prensa rosa esa actitud encomiable del ciudadano Stewart… Esta acción perversa se encuentra en los límites del juego humano: algo así puede decirse de la función del ventrílocuo, donde lo que vemos es a un señor hablar con la boca de un muñeco. Lo aceptamos, pero preferimos seguir creyendo, con su boca apenas gesticulante, que él es el verdadero títere y que lo que nos habla es su álter ego diminuto.
Capra nos presenta esta actitud de hombre Stewart necesario, con esta frase que he pasado a transcribir. Parece ser que gracias a este personaje “perfecto”, todo un pequeño mundo como es el pueblo del film, funciona perfectamente. Es como el corazón en una maquinaria vital. Sin él, el pueblo se dirige a la perdición… ¡A la frivolidad, diría yo! Es como el Moisés que se va un momento para regresar y encontrarse con el becerro de oro. No se nos presenta “Una vida bella” sino casi una tragedia griega que acaba iluminando a la conciencia moral. Seguramente, muchas veces se presuma de una trayectoria vital “sufrida” porque así se piensa que se va ganando el cielo poco a poco, a base de estas pequeñas concesiones, mutilaciones, negaciones de lo que quisiéramos por esta imposibilidad que nos impone la vida para alcanzarlo. “Dignos del cielo” es una expresión que ha quedado tan apolillada como la concepción del “alma”. Bailey parece ver acrecentada su mala suerte con un despiste de su desastroso tío, interpretado por Thomas Mitchell (el padre de Escarlata O´Hara, otro papelón de parecidos contenidos negativos hacia este pobre actor). Resulta curioso que los males vengan de dentro, de su casa. Al fin y al cabo aquel pueblo es una gran familia donde el único que no pone de su parte es el avaro poderoso (y su corte de estilizados pingüinos). Pero, con buena fe (fe cristiana, of course) todo se solivianta en un final donde se abusa de la magia del cine. Aquí, el cine funciona de la mejor forma en su narrativa más clásica: mediante el chantaje emocional. Un ejemplo aleccionador, un manual de buena conducta. Una especie de demostración universal en un mundo de casi ideología rural liderado por Roosevelt que nos dice: “El enemigo no solo viene de Japón o de Alemania”. Imagino que resulta necesario crecer con un Capra y recuperarlo más adelante, para recuperar un confort de infancia considerado ahora falso, como un paraíso artificial. Estúpidamente creemos en la bondad humana ¿o quizá creemos en James Stewart-George Bailey? Aunque resulte un tanto incoherente, creo que es necesario defender a Capra, aunque sea como antídoto contra una deshumanización en constante desarrollo. Si esto llega a no conmovernos con la guardia baja, es que no tenemos entrañas. Por eso a veces se sufre en esta búsqueda de emoción, de repetición de actitudes anteriores. Se busca volver a cierta infancia donde todo nos impresionaba porque andábamos con las defensas bajas. Queremos sentir lo que sentimos en un pasado alejado de tantas influencias. Deseamos creer en el poder de los cuentos, de las narraciones “puras” (nada más lejos de la realidad. La intencionalidad de manipulación es clara, precisamente porque se aprovecha esta disposición limpia para comenzar a mancharla de prejuicios). Queremos creer en ese poderoso mundo, retornar al espíritu navideño con todas esas cabalgatas televisivas que celebran estas festividades: “Marcelino Pan y Vino”, “Ben-Hur”, “Rey de reyes”… Pero no adoptamos la decisión de dejar puestas las luces durante todo el año, para un efecto curativo prolongado y coherente. Este es el fallo, y mientras nos lo tomemos a risa porque lo oímos de boca de Antonio Ozores, es que realmente seguiremos siendo frívolos esperando del cine un retorno a la cordura con su lacrimógena penitencia.

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