El Cine como forma expresiva y estética

miércoles, 6 de octubre de 2010

“MANICOMIO” Y “EL MUNDO SIGUE”

Por Javier Mateo Hidalgo

Quería comenzar este texto afirmándome en mi escritura sin pies aclaratorios. Los considero un error en una “literatura” que considero personal, exenta de formalismos. Esto no quiere decir que deje de considerarse un ensayo ni quede libre de la atención de los curiosos-estudiosos. Si hay algo digno de aprender en ellos, solo pongo por norma que se comprenda sin necesidad de este tipo de ayudas. No hay nada científico en mis opiniones. Es más, admito que hay una irregularidad engañosa que, a lo más, desconcierta. Hay en la sociedad un cierto fariseísmo por parte de ciertos individuos que se valen de las artimañas especificativas: cuando se encuentran en sus comienzos, para valerse de cierto respeto, las emplean como medio para lograr ascender en su nombre. Una vez arriba o medio arriba, se sienten sin necesidad de dar explicaciones a nadie y las olvidan. Yo por lo tanto ni nací ni viajo hacia la muerte. Escribo por gusto, por deleite o como quiera entenderse. Nada más.
Aclarado este punto sin necesidad de pies de página, paso a hablar de dos películas de un Fernán Gómez director. Anteriormente, ya hablé de “El extraño viaje”, una joya sin estela, digna del cajón de incomprendidas o “malditas”. En primer lugar, me refiero a “Manicomio”, película de 1953 y que sirvió como aprendizaje para un ya prestigioso actor que buscaba caminos para sus propias ideas. Junto a Luis María Delgado, afronta el proyecto aprovechando los decorados de un filme que acaba posponiéndose: “Aeropuerto”. Saca un guión de su invención, que no es sino una trama que hilvana historias adaptadas de originales procedencias: desde Edgar Allan Poe hasta Gómez de la Serna. Literaria hasta la médula, incluso en su presentación figura una cita: “Señor, danos una brizna de locura que nos libre de la necedad”. Shakespeare. Por si esto fuera poco, encontramos la aparición fugaz de camilo José Cela haciendo el papel de un loco que se cree asno, dando coces a diestro y siniestro.
No hay que confiar en el humor del absurdo, pues en él encontramos verdades como puños veladas por esta deliciosa locura. Un manicomio donde los encerrados son cuerdos y los locos andan a sus anchas como sanos puede habérsenos ocurrido en más de una ocasión. Precisamente, en ello radica el que un relato se vuelva de ficción, incómodamente cómico. Sabemos que en esto hay mucho de verdad, pero nos reímos viéndolo como farsa. Precisamente ninguno de estos locos se reconoce como tal, siempre hablan de sí mismos de esta forma: “Conocí a un amigo que…” Parte de esta culpa la tiene la vida social que se presenta de puertas para afuera, toda apariencia, nada se desvela tras ella. Ninguno de estos “individuos de bien” muestra su otra cara, su verdadero delirium tremens, bien encorsetado y ceñido bajo su vestido elegante o, al menos decente, de imagen pública.
Ante esto, puedo pasar a hablar de “El mundo sigue”, película diez años más joven que la anterior. En ella encontramos casi nulos los intentos, como ribetes, de comedia. No hay nada gracioso que contar. Nada que fabular ni que imaginar, tan solo al ser humano con sus gracias y desgracias. En este caso, el manicomio ha salido a la calle. Descubrimos que la sociedad es un manicomio con los sanadores de vacaciones. Solo puede irse a peor. Con la dureza de Zunzunegui (Z-Z, el innombrable, aquel que parecía acarrear el gafe de sus novelas para el desdichado que pronunciaba su nombre), quien paradójicamente sustituyó a Baroja en su sillón de la Academia de la Lengua tras fallecer, Fernán Gómez ya en solitario dirige una de las más grandes cintas que ha parido el celuloide patrio. Todo lo que se muestra es feo, pareciendo justificarse con otra frase lapidaria de comienzo, heredada del libro de Zunzunegui, la extraída de la “Guía para pecadores” de Fray Luis de Granada. Los celos, los odios, las envidias, las vanas aspiraciones… En fin, un compendio ampliado de pecados capitales universales. Un caso similar al de las dos hermanas de la novela sucedió en el pueblo de mi madre, el de San martín de Valdeiglesias: idénticos síntomas, idéntico final.
Aprovechado la tímida apertura anunciada por García Escudero, responsable del sector de la cinematografía (quien a su vez se escudaba tras Fraga Iribarne, ministro por entonces), Fernán Gómez decide apostar por la adaptación cinematográfica del libro, el cual parecía haberle cautivado. Pasó el tiempo suficiente como para que las autoridades se echasen atrás ante la mala acogida por parte del pueblo, en su mayoría conservador y ante aquel agradecimiento por parte de los artistas, que no pareció llegar suficientemente para las autoridades. Y a todo esto, Fernán Gómez finiquitando una de sus obras maestras. El resultado: un retraso terrible para su estreno y la extinción de las ilusiones de un autor comprometido y prometedor, que acabaron de rematarse con su otro fracaso “El extraño viaje”. En ninguno de los dos casos había una intención comercial, parecía olvidada ante la ilusión de trabajar en proyectos deseados, anhelados, cargados de ilusión. En fin, una lástima.
Ahora, ya establecida la justicia de los años en la crítica, encontramos todavía desatendida la labor de promulgación cultural. No hace falta salir al extranjero para volver con la mollera cargada de experiencia y coherencia. Basta hablar con señores de mente internacional que no han pisado fuera de aquí en su vida (esto es, eruditos de biblioteca) para confirmar las sospechas tímidas de algunos incomprendidos. Es triste que un genio tenga que adaptarse a la vida y no la vida a él para aprender de su sabiduría, pero lo cierto es que para todo se aprende e incluso puso venirle bien. En conclusión: “El mundo sigue” debería de ponerse una vez al año, al menos, en las grandes pantallas de reposición y en los televisores. Si algún ministro de cultura actual o postrero lee estas líneas, espero que no me haga caso, de acuerdo con su propia coherencia ministerial. Muchas gracias y fin de la historia.
4 – 7 – 10

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