El Cine como forma expresiva y estética

domingo, 27 de noviembre de 2011

Jorge Seva (o Alex Román), Alex Román y “The Third & The Seventh”, en Dimensión 2.5

Me lo pasa Alex.
Para verlo en alta definición



The Third & The Seventh from Alex Roman on Vimeo.

Sin comentarios

viernes, 11 de noviembre de 2011

“LA RONDA”, DE MAX OPHULS (1950)

Por: Javier Mateo Hidalgo


“Y yo… ¿Quién soy en esta historia? ¿El autor? ¿Un cómplice? ¿Un transeúnte? Soy todo eso. En fin, soy uno cualquiera de ustedes. Yo soy la encarnación de vuestro deseo. De vuestro deseo de saberlo todo. Los hombres solo conocen una parte de la realidad. Y ¿por qué? Porque no ven más que un solo aspecto de las cosas. Yo los veo todos.
Porque los veo en círculo. Eso me permite estar en todas partes. En todas. Pero, ¿dónde estamos? ¿En un escenario? ¿En un estudio? No se sabe. ¿En una calle? Estamos en Viena. En 1900. Cambiemos de ropa. ¡1900! Estamos en el pasado. ¡Me encanta el pasado! Mucho más tranquilo que el presente… y más seguro que el futuro. Brilla el sol. ¡Es primavera! En el perfume de su aire… se percibe que llega el amor. ¿Verdad? Y para que el amor empiece su ronda, ¿qué nos falta?
Un vals. He aquí el vals. ¡Gira el vals! ¡Gira el carrusel! Y la ronda del amor, también gira.
¡Giran! ¡Giran mis personajes! La tierra gira noche y día. El agua de la lluvia se transforma en nubes. Y las nubes otra vez en lluvia. Damas honestas, tiernas modistas, aristócratas… ¡Hasta soldados! Cuando el amor los sorprende, giran, bailan, al mismo paso. Es la hora de empezar la ronda. Es la hora tranquila en que muere el día. “





Así comienza “La Ronda” de Max Ophuls. Un gran plano secuencia nos introduce, tras los títulos de crédito iniciales, en este film basado en relatos de Schnitzler. ¿Quién es el que habla? El autor, quizá cinematográfico (Ophuls) o quizá teatral (Schnitzler). Sin saber realmente donde nos encontramos, esa misma sensación de extrañeza nos introduce en la tramoya de la que es amo y señor esta especie de dramaturgo-dios. El creador literario, ese que se posiciona por encima de sus creaciones, que las observa y sonríe porque conoce sus destinos. Ese Unamuno de “Niebla” que se entrevista con su Augusto para decirle que nada puede hacer por él. ¡Qué gran verdad y qué gran mentira! "Yo te he creado, yo te he desarrollado y yo te mato. Sin mí no existirías, te he dado la vida y de mí dependes". Esta es su reflexión y su lucha. Su contradicción. Augusto quiere ser libre, cortar las cuerdas que le sujetan a la mano del titiritero. Él es un muñeco que gira dentro de un tiovivo.
Así, este Unamuno de Ophuls que no quiere definirse sino que quiere definir a los demás, a sus hijos literarios, comienza a girar el carrusel. La música, compuesta por Oscar Strauss (el cual se quitó de su apellido la última “S” para no ser confundido ni con Johann ni con Richard, aunque compusiera valses) digamos que es la vida sonora que comienza a funcionar con la visual (el girar de la atracción de feria) para que la historia dé comienzo. Más que con San Valentín, el “creador” creado por el tándem Schnitzler-Ophuls podría asociarse con la figura del Sátiro (como el que aparece en un jardín de la segunda historia de la película) o con la de la Celestina, pues representa al amor con todas sus consecuencias. El amor, con todas sus virtudes… y defectos. Los personajes que se enamoran poseen todos los defectos propios del ser humano, y hacen gala de ellos sin creer que están siendo descubiertos por el ojo del espectador. Así, lo que podría ser considerado como tabú por la sociedad decimonónica se convierte en cosa humorística. Y es que hay mucho de reflejo en quien colabora, desde sus butacas en las salas de cine, a convertir en esta película en una comedia. A pesar de que Ophuls le da este tinte, es el que ve la película quien lo completa. A Schnitzler le gusta jugar con esa idea de la fugacidad del amor y con su consecuencia: la infidelidad. La idea del amor entre dos personas acaba perdiendo su aura, su leyenda romántica para convertirse en la vida real de quien trata de inventarse toda esta idealización. Muchas veces apostamos por una vida adornada, quisiéramos que fuese como imaginamos que debería ser y no como verdaderamente es. En este sentido, no puedo olvidar la visión crítica tan corrosiva que Stroheim hace en su film “Avaricia”, cuando describe un acto nupcial poniendo de telón de fondo un cortejo fúnebre. El advenimiento del cine sonoro hizo que se perdiera gran parte de la poética del mudo. La forma en que los directores de cine creaban mediante imágenes, hablando sin palabras, resulta un legado impagable que recibimos muchas veces sin ser conscientes de su valor.



El carrusel gira en círculo, provocando que al rato volvamos a encontrarnos con sus primeras figuras. Así funciona la estructura de esta película: el principio enlaza con el final y se convierte en un cero infinito.

Esta idea de mecanismo giratorio entronca con el interés, bajo mi punto de vista, que Schitzler mostró por conocer la psicología del ser humano. Una psicología que se encontraba directamente relacionada con la sexualidad. Esta fue una de las cosas que le llevó a establecer una relación de amistad con su coetáneo Freud. Evidentemente, también ayudó el que se interesara por la medicina y fuese ayudante de Theodor Meynert (uno de los maestros del que fue el padre del psicoanálisis). Esa unión tan estrecha del psicoanálisis con lo sexual ha sido, sin duda, uno de los lastres que han acompañado a Freud a lo largo de la historia, que han ido minando su autoridad como teórico en algunos aspectos científicos. No podemos olvidar, desde luego, el momento (siglo XIX). Freud tenía colgado en su despacho una reproducción del cuadro de la lección de Hipnosis de Charcot. Este, dedicó gran parte de su vida al estudio de la “histeria” y consiguió que dejara de asociarse solo con la mujer (de hecho, el origen de la palabra griega significa “útero”). Sin embargo, el eminente neurólogo no pudo evitar acabar envuelto en una gran polémica. Recordemos las fotografías en las que se veía a sus pacientes (mujeres) en estado hipnótico padeciendo los síntomas histéricos. Resultan sobrecogedoras, pero no sabemos hasta qué punto lo que allí se nos cuenta es real o está dramatizado. Schnitzler se encontraba interesado, a su vez, por la hipnosis. Schnitzler profundiza sobre todo en la psique femenina. No estoy asociando esto con lo anterior directamente. Solo digo que mostraba más interés por ellas que por los hombres a la hora de describir a sus personajes en la literatura.


Ophuls volverá a utilizar a Schnitzler de base literaria para “Liebelei”, otro de sus filmes. Así mismo, Kubrick (admirador reconocido de Ophuls) se basará en este dramaturgo del psicoanálisis para realizar su testamento cinematográfico “Eyes Wide Shut”. La figura del militar aparece tanto en la novela “Relato Soñado” como en la revisión de su teatro por Ophuls. La virilidad que esta figura desprende en el mundo femenino debía de ser importante. “Virilidad”, entiendo, ligada al poder, a la fuerza, a la valentía. Hay otras figuras, como la del intelectual o la del otro “poderoso” en relación con una posición económica considerable. No sé si ahora estos cánones se mantienen de la misma forma. Las cosas han cambiado bastante. Los referentes son otros. Lo que sigue sucediendo ciertamente es que en los asuntos del amor nadie se escapa. Todos los estratos sociales se funden bajo el mismo lema, unos con otros.

La libido se define bastante bien en el filme, a pesar de los evidentes problemas de censura que Ophuls se encarga perfectamente de describir y parodiar en una de las imágenes: en ella, vemos a la figura del narrador cortando con tijera trozos de celuloide justamente después de que una pareja va a yacer en su lecho.
Otra cosa que “deslumbra” en el cine de Ophuls es la suntuosidad de sus decorados. La estética es tratada de forma exquisita. Hay cierta añoranza de siglo pasado, de una época ya perdida. Un momento de la historia que le tocó vivir y que seguramente le contenta volviéndolo presente, rememorándolo bajo la excusa cinematográfica. Un momento de la Historia irremediablemente perdido, cercenado por la dura realidad de la era moderna. A partir de los años cuarenta, el ser humano perdió cierta idea de belleza. Una belleza relacionada con la vida despreocupada, casi frívola de la cultura burguesa. Ahora, solo queda la nostalgia. Una nostalgia hecha física con el cine. La recuperación en imágenes en movimiento que nos evoca viejas fotografías, cuadros, libros y canciones. El irremediable progreso, ese ir hacia delante, no evita que miremos atrás para coger fuerzas. Algunos opinan que es una forma de no perder nunca la identidad al reconocernos en nuestro pasado. Otros más lapidarios afirman, como uno de los personajes de la película, que el futuro es desconocido, el pasado melancólico y solo nos queda el presente… aunque no sepamos dónde estamos.

martes, 8 de noviembre de 2011

IVÁN EL TERRIBLE, DE CINCO Y MEDIA A NUEVE


Por: Javier Mateo Hidalgo

Finales de Septiembre. Viernes. Acudo, junto a un compañero, al Cine Doré. Estamos dispuestos a invertir toda la tarde en cine. Cuatro euros por barba y podríamos visionar, con descanso de media hora entre medias, las dos partes de “Iván El Terrible”. Así fue. De cinco y media a siete una y de siete y media a nueve otra. La primera, tuvo que ser en el palco. La segunda, abajo. Hay películas que conviene visionar en pantalla grande, eso es cosa sabida. También lo es que hay quien prefiere, por impaciencia, ver tal película en casa antes de esperar a que la decidan a proyectar en algún lugar. Buceo en mi memoria y no consigo recordar dónde ví mi primera película, si en televisión o en el cine. Pero, lo peor de todo es que no sé cuál fue esa película. Echar la vista atrás en nuestros recuerdos resulta cada vez más complicado a medida que vamos más y más atrás. Tratar de recomponer nuestros orígenes resulta tan complicado como tratar de hacerlo con los del propio mundo. Tal afirmación puede resultar lo menos científico que uno puede echarse en cara, pero teniendo en cuenta el carácter de este texto, parece que este tipo de cosas se perdonan ante el peligro de excomunión. Alguien que divaga y ni siquiera filosofa es digno de cualquier lástima (e incluso comprensión). Un filósofo parece tener derecho a hablar de cualquier cosa sin esperar reprimenda a cambio. No pretendo que este sea mi caso. Yo nunca seré filósofo, como tampoco seré nada concretamente. Soy de naturaleza inconstante y disoluta. Eso sí, cuando me tomo algo en serio lo llevo hasta sus últimas consecuencias. El problema es ¿cuánto tiempo soy capaz de soportarlo? Confundiendo mis recuerdos con los que me cuentan desde la familia, “Fantasía” puede considerarse la primera película que ví en cine. ¿Fue la primera que ví? ¡Ya digo que no lo sé! Como tampoco nací en los años cuarenta, es de suponer que el film de Disney que ví había sido repuesto cincuenta años después. Lo bueno de las reposiciones es que sabe uno a qué exponerse. El riesgo es mínimo. Sin embargo, acudir a una sala de cine para ver una película de estreno resulta, para mí, una partida que estoy condenado a perder. Siempre apuesto por el caballo perdedor. “Cojito” se llamaba, y siempre me gustó. Corría más lento que los otros, pero alguien tenía que subvencionarle ¿no?
“Iván el terrible” es de esos casos en los que, con un poco de cultura histórica, no hace falta ni apostar. Pero, aún así, me dejé convencer por mi compañero, porque soy de los que les gusta hacerse de rogar. Hasta hace unos años, de Eisenstein solo había visto “El Acorazado Potemkin” y algunos fragmentos de “Octubre”. Yo me decía: “no hace falta ser un acérrimo de las filmografías completas para deducir lo que supuso para la Historia del Cine y para la Historia a secas. Aquí en España, hay eminencias en la materia como Román Gubern que están dispuestos a dirigirse a las masas y hacerles partícipes de su sabiduría. Mi debilidad estaba, más que en los visionados, en la lectura. Libros de teoría que se leen fácilmente con veinte años, cuando más se puede absorber de todo, donde hay muy pocos filtros y nos encontramos todavía exentos de tantos prejuicios. Todo lo que cae en nuestras manos lo “devoramos” con las mejores intenciones, creyendo a pies juntillas aquello que dice, afirma y cuestiona quien nos habla (uséase el autor). Tardamos tiempo en darnos cuenta que todos los que escriben tienen derecho a hacerlo (por algo les publican), pero unos se han ganado mejor su nombre que otros. Estos son los denominados con el horrible nombre de “reputados” y, se supone, con otra horrible expresión, que “pasarán a los anales de la historia”.


Un buen día, dí con una persona que conocía de política como el que más y tenía memoria para retenerla (y, qué curioso, esta persona fue la misma con quien fui al cine). Yo, le envidiaba en este sentido, porque se ahorraba muchas preocupaciones tontas en la vida.). Estaba interesado, por entonces, por la Historia Rusa. Esto me animó a seguir conociendo a Eisenstein, que a su vez me condujo a otros camaradas cineastas de su quinta. Lo siguiente que hice fue grabar en letras doradas la frase de Godard: “Pudovkin es de derechas, Eisenstein de centro y Vertov de izquierdas.” Ciertamente los tres directores rusos tenían una visión estética diferente. Querían hablar de lo mismo, pero con lenguajes distintos. Evidentemente, Godard se refería a la cuestión del montaje, que se volvía ideológica. El más pretencioso era Vertov ya que, para él, el cine solo podía depender de él mismo, dejando a un lado la literatura o el arte. Debía de ser un medio de expresión único. Los tres, contribuyeron con su “buen hacer” a la toma del Palacio de Invierno. La historia de su país, Rusia, tomó un rumbo concreto gracias también a sus películas. Hay revueltas en las calles, la clase obrera exige una vida digna, detener los abusos que se están cometiendo contra ella. Allí estaba Lenin para revolver a la masa, hacerla salir a la calle con sus discursos. Luego llega Stalin y toma las riendas de la situación, sucediendo ese “Good Bye Lenin”: Y allí estaba Eisenstein para darle apoyo con su cine. El cineasta conocía a la perfección esas herramientas que se necesitaban para hacer del cine un instrumento ideológico. La fuerza que el séptimo arte podía ejercer sobre el espectador era de sobra conocida. La cultura se democratizaba por esta vía y cualquier persona podía disfrutar viendo “La dama de las camelias” sin saber quién era Alejandro Dumas. Eisenstein resultó ser todo lo contrario a lo que por entonces se estaba destinando a hacer con el cine. Frente a las obras de teatro más burguesas, prefirió adaptar “la vida misma” a la pantalla. Su cine tenía mucho más de real que cualquier otra obra literaria. Así, olvidó el carácter teatral de ese primer cine, y en lugar de rodar con la cámara fija (como si el que rodara asistiese a una función en un auditorio), comenzó a “atacar” al espectador con planos y planos. Así, parecíase captar la realidad al mínimo detalle, desde todos los ángulos. No obstante, era solo una voz la que hablaba, y era necesario concentrar el discurso en esta sola opinión para lograr el éxito. Un éxito, eso sí, ideológico. Así, el giro a la izquierda que se necesitaba para cambiar la situación social surtió efecto, y poco a poco “el pueblo” acabó haciéndose con las riendas de la situación. Y, entonces, llegó Stalin. En “Octubre”, Eisenstein criticó duramente a Trotsky mediante su ridiculización: mientras da un discurso, la gente se duerme, suenan arpas y aparecen imágenes de angelitos. Finalmente, acaba siendo ocultado por una marea de pancartas. Así, Lenin y Trotsky desaparecieron para dar paso a Stalin, “el hombre de acero”. Eisenstein, nunca abandonó al dictador, mientras que otros intelectuales como Shostakovich o Prokofiev (los que compusieron las bandas sonoras de sus filmes) huyeron de allí. El film quería ser un homenaje al décimo aniversario de la revolución rusa. Eisenstein, tratando de experimentar en su narrativa, acabó convirtiéndolo en una especie de cine-ensayo. La gente de la época no terminó de comprenderle y el film resultó un fracaso. Después, en los años treinta, viaja a América y Europa, pero allí desconfían de su cine e incluso se escriben algunos panfletos donde le llaman “perro rojo”. Decidió entonces ir al sur e intentó filmar una nueva cinta titulada  “¡Que viva México!”. Cuando llevaba un tiempo considerable con el proyecto le ordenaron detenerlo desde las altas instancias. Nunca llegó a montar la película. Fue la época en la que comenzó a escribir libros sobre teoría cinematográfica.
Con “Iván El terrible” (años cuarenta), Eisenstein vuelve a tener problemas. Stalin prohíbe las dos películas durante diez años.


El sonido y el color estaban ya allí, pero Eisenstein parecía mostrarse más bien reticente con ellos, a pesar de que los aceptó (algo así como Chaplin pero en otra escala). Él fue uno de tantos intelectuales rusos que escribieron un manifiesto contra el sonido en el cine. Toda una forma de narrar se les venía abajo y no sabían cómo actuar en adelante. Con el tiempo, consiguieron adaptarse y renegaron de su “enfado teórico”.
En “Iván”, el director continúa empleando sus recursos más característicos, aquellos que definían al cine mudo: uso de maquillaje y luces para construir rostros que hablan por sí mismos (nunca mejor dicho) haciendo suyos ciertos roles sencillos de comprender a primera vista. Esta forma de hacerse expresar nos habla de malos malísimos, de traidores, de buenos, de tontos… de la mímica. Y, claro está, todo esto es acompañado por gigantescas sombras que se proyectan en los escenarios. Todo nos lleva al teatro, porque Iván El terrible es teatro en estado puro. Un mundo de conspiraciones donde lo que menos importa es filmar escenas de batalla. Una narración de asuntos de palacio. Y, como todo lo de palacio va despacio, Eisenstein nos presenta la figura de este zar en cuatro horas maravillosas. Por encima de todo, lo que importa es la figura de Iván, convertirlo en un ídolo ejemplarizante. Su figura guarda excesivos paralelismos con la de Stalin, por muchos siglos que las separen. Aquel que fue capaz de lograr la unidad de su país, de reestablecer su dignidad. La ideología está ahí, en los dos filmes, pero sí es cierto que en el primero se abusa más de toda esa estética antes mencionada. En el segundo está la sorpresa del color (que por otra parte, a mi juicio, estropea toda la labor expresionista Eisensteniana… no parece del todo él) y la promesa de una tercera parte que nunca llegaría.


Esto lo comenté con mi compañero cinéfilo-político: Creo que Rusia puede presumir de haber sido el único país que ha obtenido siempre resultados excelentes de calidad con filmes subvencionados con dinero estatal.
En cuanto a copias, me sorprende que la primera hubiese adaptado los títulos de crédito del ruso al español, respetando incluso el tipo de letra original. Ambas se encontraban en muy mal estado, llegando incluso a faltar fotogramas. No obstante, como el hombre es un animal de costumbres, hasta a eso se acostumbra uno. Si hubiese un compromiso por cuidar y mantener en condiciones el material del que dispone la filmoteca, yo estaría dispuesto a pagar el precio que se exigiese para la entrada (desde luego, más de dos euros). Además, al ser algo subvencionado, si yo fuese ministro de cultura (dios no lo quiera) miraría cómo se distribuye ese dinero destinado a dicha empresa. No obstante, con la que este país tiene encima y observando la caterva de políticos que tenemos como responsables de toda esta chapuza nacional, me temo que queda filmoteca de celuloides rancios para muchas y muchas legislaturas…

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Subcine

Me ha pasado Javier el enlace.



Por si alguien no lo sabía...

martes, 1 de noviembre de 2011

Montaje anómalo de El árbol de la vida en un cine de Bolonia


Me pasa la noticia Isabel Álvarez Rico, que la ha encontrado en Cinemania.es. En la sala Lumière de Bolonia han pasado una versión alterada de El árbol de la vida, sin que nadie se diera cuenta durante una semana.
Creo que lo ha dicho en privado varias veces; ahora debo hacerlo en público. Malick deberá explicar ampliamente la película si no desea pasar a la historia rodeado, exclusivamente, de acotaciones perversas y jocosas. 
He oído un chiste muy malo, que me hizo recordar el anecdotario de Congo, aquel chimpancé pintor de Morris:  
"Diferencias entre 2001 y El árbol de la vida: En la de Malick los monos estaban detrás de la cámara..."