El Cine como forma expresiva y estética

miércoles, 6 de marzo de 2013

“TIEFLAND” Y ALREDEDORES


Por Javier Mateo

Nota a modo de prólogo

Con motivo del inicio del Seminario de Cine 2013, en el cual se tratarán aspectos del cine alemán de entreguerras (y su relación o influencia con el momento político histórico en el que fueron realizadas), presento este análisis sobre el film de Leni Riefenstahl “Tiefland”. Dicho texto no es sino una miscelánea de aquello que ha sido debatido en las clases que hasta el momento han tenido lugar. He tratado de recopilar los diferentes apuntes que los compañeros han ofrecido y que, a mi juicio, resultan de interés a la hora de estudiar la película, ayudando a situarla además en su contexto concreto.



Análisis

En 1934, una joven cineasta novel alemana comenzó a preparar una película que llevaría por título “Tiefland”. Dicho film estaba inspirado en una ópera  de Eugen d'Albert  de mismo título. El libreto corrió a cargo de Rudolf Lotear, quien a su vez partió de la obra teatral “Tierra baja” (“Terra baixa”) de Ángel Guimerá. Este español, canario de nacimiento aunque catalán de corazón (ya se sabe que “no se es de donde se nace sino de donde se pace”), fue uno de los dramaturgos más importantes de su generación, y sus obras alcanzaron un gran éxito debido a la elección de los temas, eminentemente populares. “Tierras bajas” puede considerarse uno de sus grandes éxitos, junto a otros títulos no menos importantes como “Maria Rosa”, “Mar y cielo” o “la reina joven”. De todos ellos se realizaron adaptaciones cinematográficas en el país, llevadas a cabo por directores catalanes. “Tierra baja” tuvo una primera adaptación al cinematógrafo en 1907. Su autor fue Fructuoso Gelabert, uno de nuestros pioneros (además de un incansable investigador y patentador de inventos relacionados con el séptimo arte). Tanta fue la fama alcanzada por Guimerá, que estuvo a punto de lograr el Nobel. No obstante, el premio fue a parar a José Echegaray (otro de los dramaturgos más importantes del momento y, curiosamente, quien tradujo al español “Terra baixa”). Al parecer, en España no interesaba que se eligiera como ganador a un “catalán” (y más si éste se encontraba metido en política).



No obstante, de “Tierra baja” se conocen siete adaptaciones fílmicas, entre las que destacamos las realizadas en países tan diversos como Estados Unidos, Argentina, o Méjico. En Alemania, además de la versión de Riefenstahl, existe otra anterior de 1922.
Para llevar a cabo la escritura teatral, su autor trató de ser lo más realista posible a la hora de describir personajes y situaciones (de hecho, anotó al comienzo de la obra la importancia de aproximarse a la jerga de la región en la que se ambientaba, pidiendo a la hora de la interpretación que se forzasen algunas palabras del texto que él se había encargado de escribir correctamente). Ésta parte de la obra fue la que más se ignoró a la hora de adaptarse en el extranjero, por razones obvias. Además de la ópera de d´Albert, “Tierras baja” había sido previamente musicalizada por Fernande Leborne. Dicha ópera llevó por título “La catalane”.
Como dato curioso, resaltar que Eugen d´Albert era escocés pero se nacionalizó germano. De hecho, renegó de la cultura inglesa y se definió como un auténtico germanófilo. Su muerte, acaecida en 1932, nos dejó sin saber si, tras la Segunda Guerra Mundial, hubiera podido cambiar de parecer.
Pero volvamos a la Riefenstahl. Esta berlinesa, deportista nata, bailarina (dichas facetas las supo aprovechar a la perfección en sus films) y amante del cine, ya había hecho sus pinitos como actriz y había debutado al otro lado de la cámara con el film “La luz azul” (“Das Blaue Licht”). Como compañeros y maestros, había tenido a su lado a cineastas como Arnold Fanck o Walter Frentz. Su paisaje favorito eran las montañas, montañas a ser posible nevadas, sobre las que demostrar sus habilidades físicas.
“Tiefland” mantiene este paisaje como fondo, tratando de sacar de él el máximo partido (Riefenstahl sabía en qué momento rodar para obtener efectos atmosféricos sublimes). El libreto del que parte (el cual ya había sido modificado en diversas cuestiones a partir de las adaptaciones operísticas) parece adaptarse a la visión que tenían los alemanes de la Naturaleza. Si bien “Tierras bajas” ya poseía el componente rousseauiano de “el buen salvaje” (es decir, el que es bueno originariamente y no ha sido contaminado por la sociedad), podemos añadir a esta mirada ingenua las referencias estéticas de los románticos, el pensamiento zaratustriano obra de Nietzsche e, incluso, alguna referencia como la del personaje de “Orfeo”. En España, encontramos la tradición teatral de la égloga, donde los pastores cantan la felicidad de su vida (e incluso se presentan como grandes conocedores de la cultura, cosa que no sucede en el caso tratado por Guimerá). Por aquel entonces, la Alemania de Hitler ya había comenzado a hacerse presente. En 1933, con el documental “informativo” “El judío errante”, se presentaba la vida de los judíos en la Alemania nazi. Aportando una serie de razones a través de las cuales se les acababa definiendo negativamente, el film concluía con la teoría de que dicha raza no podía ser buena porque no “amaba a los animales”. Los hitlerianos eran defensores a ultranza de todo lo relativo a la naturaleza. Friedrich, el pintor del diecinueve, hablaba de la Naturaleza como ese modelo del que el ser humano se valía para concebir su arte, a diferencia de muchos otros que defendían que era el arte lo que dignificaba a la Naturaleza. Albert Speer, arquitecto oficial del III Reich, entendía que sus construcciones debían de ir convirtiéndose en ruinas a medida que se iban deteriorando. Es decir, que su erosión provocaba que cada vez más se integrasen con la Naturaleza.



“Pedro”, el pastor protagonista de “Tierras bajas” y “Tiefland” es un hombre bueno y puro. Su espíritu, al no entrar en contacto con la sociedad, continuaba siendo un ejemplo a seguir por parte de la especie humana. Viviendo en los montes (esto es, en las tierras altas) evitaba entrar en contacto con ese mundo depravado por el propio hombre (las tierras bajas). En este punto, rescatamos “Así habló Zaratustra” para marcar una nueva diferencia con respecto a los antecedentes en los que se pudo basar Riefenstahl para concebir su obra magna. El personaje ficticio ideado por Nietzsche decía vivir en la Naturaleza, sí, pero al lado del águila y de la serpiente. Su naturaleza no era, ni mucho menos, ingenua.
¿Qué visión tenía Riefenstahl de España? O, mejor dicho, ¿qué visión quería tener Riefenstahl de España? La historia de Guimerá jugaba a su favor. “Tierras bajas”, como otras obras de autores coetáneos como Benavente o los Quintero, poseía el elemento dramático de las injusticias a las que se veían sometidas las gentes de clase inferior. No obstante, los teatros a los que asistían las clases altas buscaban precisamente como entretenimiento estas duras historias, que siempre rozaban la tragedia, porque encontraban en sus protagonistas a personajes exóticos, seres sobre los que construir todo un espectáculo. El melodrama del teatro había logrado engullir todo posible realismo. El tópico se manejaba alegremente y de él podíamos obtener diversas historias: “La mujer que deja en un hospicio al hijo que ha tenido de un hombre que la ha abandonado, el duelo a navaja entre dos campesinos que luchan por un amor femenino, el castigo al que es sometido por la sociedad una mujer por cometer adulterio, el bandido honrado que huye de la ley… etcétera, etcétera.



Riefenstahl supo utilizar las imágenes para contarnos uno de los asuntos principales de la historia: A Sebastián, el gran terrateniente que tiene esclavizados a los campesinos que trabajan en sus tierras, lo equipara con ese lobo que amenaza al rebaño de ovejas. Pedro se personifica como el justiciero que, lo mismo que es capaz de enfrentarse al lobo, lo es para encararse con el hombre que hace de las “tierras bajas” un infierno.
Al abuso de poder por parte de Sebastián se añade el hecho de que éste se enamore del personaje de María y la convierta en su amante, sin renunciar a la esposa con la que se va a casar por intereses económicos. ¿Y cómo consigue mantener la relación con las dos mujeres ante los ojos del resto de la sociedad? Pues casando a María con Pedro, y viéndose con ella a escondidas. Pedro se convierte, entonces, en el objeto de burla del resto de las personas que le rodean. No obstante, María acabará enamorándose de él (porque es quien verdaderamente la trata bien) y éste se enfrentará con Sebastián para defender a la mujer a quien quiere.    
El “Pedro” de Guimerá es el hombre bueno que representa esa raza pura y sin mancha que en el cine alemán tanto interesaba describir, colaborando de este modo con los postulados teóricos que el nazismo se encontraba elaborando.
En este sentido cabe destacar, como ejemplo de obra comprometida contemporánea a la de Guimerá y con argumento parecido, aquella de Vicente Blasco Ibáñez titulada “La bodega”. En este caso, un señorito andaluz dueño de una serie de fincas, se enamora de una muchacha que trabaja en ellas, no importándole arrebatársela a su novio.
El trabajo de Riefenstahl, por documentarse a la hora de ambientar la historia en España, resulta encomiable. No obstante, para un español es inevitable encontrar elementos que desestabilicen su percepción. Tan complicado puede resultar para un director tratar de ambientar un film en un país que le es ajeno, como para alguien que sí es de ese país pero que tiene que trasladar su película mucho tiempo atrás, en una época que él no ha vivido.



Referencias: El pueblo de “Tiefland” es heredero de escenografías para óperas ambientadas en España cuyos autores, desde el compositor hasta el diseñador de figurines, son extranjeros. Baste recordar títulos como “Carmen” o “El barbero de Sevilla”. Parte de esta desfiguración a favor de lo exótico la tuvieron los propios españoles. Durante mucho tiempo, en España se preocuparon por recrearse en el folclore a la hora de realizar sus propias historias. Incluso algunas películas de esta época (años treinta), realizadas por españoles en estudios alemanes, tratan de adaptar las óperas antes citadas sin miedo a extraditarse a la hora de crear una Iberia de cartón piedra. El fin no era otro que el de configurar una leyenda mítica que, sin saberlo, estaba jugando en su contra. Sobra decir que las adaptaciones acabaron siendo muy especiales (véase la adaptación de la ópera de Bizet, “Carmen, la de Triana”, llevada a cabo por Florián Rey, o la de Rossini, “El barbero de Sevilla”, por Benito Perojo. Buñuel, de hecho, había acuñado el término de “perojismo” para atacar a las españoladas).
Podemos asistir, en cuanto a recreación de escenarios, a una amalgama de estilos de múltiples regiones encajados en un solo bloque, como si se tratase de cerámica gaudiana: arquitectura típica andaluza, castellana, del norte (e incluso alguna un tanto indefinible) en un solo escenario, en un mismo pueblo.
El vestuario de “Tiefland” tiene como influencia reconocida al propio Goya. No obstante, a mi juicio, la indumentaria “goyesca” parece limitarse más bien a los personajes de rango elevado que habitan el castillo (entre otros, el personaje “antagonista”, de quien podemos decir que la denominación de “señor feudal” le viene al pelo). Para los habitantes del pueblo, podemos remitirnos a las pinturas de Zuloaga o Sorolla (de este último, los lienzos que realizó para la Hispanic Society, como forma de dar a conocer la cultura española en el extranjero). La ambientación musical procede casi en su totalidad de la obra magna de Albéniz, “Iberia”.



Los actores que representaban esa clase baja, eran en su mayoría de raza gitana, utilizados como extras para después llevarlos a los distintos campos de concentración alemanes (lo mismo sucedió en rodajes como en la “Carmen la de Triana” antes mencionada).
Otro dato que no pasará desapercibido al espectador, será el del empleo de palabras españolas por parte de los protagonistas, solo de vez en cuando. ¡Qué extraño ver a personas que, de estar hablando en alemán todo el tiempo, de repente sueltan un “¡caramba!” que resulta, cuanto menos, chocante!
El personaje de Marta, una extraña zíngara que vive de ir en su carromato pueblo por pueblo para bailar en las tabernas, lo interpreta la propia Riefenstahl. En una de las escenas de la película, se dispone a bailar ante la concurrencia. Su baile, con pretensiones flamencas, acaba resultando, cuanto menos, contenido. Esta danza que ejecuta no deja de recordar a las coreografías de influencia grecolatina tan vistosas en sus filmes de las Olimpiadas. Y es que ella pertenecía más a ese mundo, a esa estética. La fotogenia de la Riefenstahl disminuye en este tipo de situaciones… lo que nos hace preguntarnos qué necesidad había de que ella misma interpretase el papel.
El film comenzaría a rodarse en los años cuarenta, debido a que el régimen le pidió llevar a cabo la “Trilogía de Núremberg” (“Der Sieg des Glaubens”, “Triumph des Willens” y  “Tag der Freiheit: Unsere Wehrmacht”) que le haría famosa y que le ocupó una gran parte de su tiempo. Después, llegaría la guerra. Por fin, “Tiefland” quedaría acabada en 1954. Y cuando digo “acabada”, me refiero en todos los sentidos. Riefenstahl sería estigmatizada por el resto del mundo debido a su “colaboración” con el nazismo. A nadie le interesaba ya su película. Tras el conflicto bélico ¿quién quería oír hablar de esa visión idílica y romántica del mundo?
La alemana acabaría yéndose a África para dedicarse a otra de sus aficiones: la fotografía. Allí, encontraría a pueblos de nativos que retratar. Después, se dedicaría al submarinismo… Y poco más que contar. Riefenstahl moriría en el 2003, un año después de haber realizado su última película: “Impressionen unter Wasser”. Durante sus más de cien años siempre demostró un espíritu atlético a prueba de bombas. De ella se reconoció, más pronto que tarde, la influencia que supuso su cine documental a la hora de la búsqueda de nuevas miradas audiovisuales. Ella supo como nadie transmitir con sus imágenes esa fascinación que tantos alemanes sentían por su führer, por esa tierra prometida de la que tanto les había hablado, de esa “germania” reluciente que acabó haciendo aguas. El cien de Riefenstahl es, ante todo, un cine histórico, un cine arqueológico que hoy en día continúa suscitando el interés de muchos curiosos. Un cine a tener en cuenta.

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