El Cine como forma expresiva y estética

sábado, 16 de febrero de 2013

Killer Joe, William Friedkin (2011)


Por Sandra Losada

Encuentro en Killer Joe algo completamente distinto a lo que esperaba del director de El Exorcista. De la adaptación de ésta obra teatral podemos decir que está llena de altibajos y tiene un ritmo irregular. Nos ofrece, no obstante, unas pocas escenas interesantes. Un proyecto ambicioso que descarriló por un desarrollo incorrecto.
El primer recuerdo que conservo de ésta película es el de el frondoso vello púbico de Gina Gehrson. Esto es manifiesto de la irrelevancia del argumento que el director utiliza como hilo conductor para llevarnos a través de una serie de escenas impactantes.
Chris Smith acude a su padre en busca de ayuda. El plan maestro de este personaje es una idea que demuestra su falta de cordura desde un primer momento: pretende asesinar a su madre biológica y cobrar el seguro de vida, todo esto a causa de su inmensa deuda con una banda de mafiosos. Para este menester contratarán a Joe (Matthew Mcconahugh), un policía que a su vez hace la labor de asesino a sueldo.


Este William Friedkin utiliza sus dos personajes femeninos, Dottie Smith y Sharla Smith como vehículo para unas insinuaciones sexuales cada vez menos sutiles. El amor incestuoso que siente Chris hacia Dottie, en contraposición al amor enfermo entre ésta y Joe convierten el filme en un desfile de escenas bizarras por lo general bastante gratuitas y fuera de contexto.
Mcconahugh se corona sin embargo con esta actuación, en la piel de un ser torcido y despiadadamente profesional. Todo parece perfectamente calculado para que Joe rompa su compromiso profesional al mismo tiempo quela virginidad de nuestra tarada protagonista. A raíz de aquí, su trabajo como killer Joe necesitará de unas cuantas horas extra.
(Foto cartel)
El cartel de la película, un nugget de pollo manchado de sangre, captó mi atención y pasé la hora y cuarenta buscando su relevancia. El director finalmente me responde en la escena final, en la que un desatado Joe da rienda suelta a sus perversiones más retorcidas obligando a Sharla a fingir una felación en la que este frito sustituye a su miembro (eyaculación real incluida).
El largo hubiese funcionado mejor si el sexo no hubiera sido el motor primario y el argumento un mero espectro tras una cadena de situaciones extravagantes.

http://www.youtube.com/watch?v=zzRa3GAqNBY    (trailler)

miércoles, 13 de febrero de 2013

Killer Joe, William Friedkin (2011)


Por Sandra Losada

Encuentro en Killer Joe algo completamente distinto a lo que esperaba del director de El Exorcista. De la adaptación de ésta obra teatral podemos decir que está llena de altibajos y tiene un ritmo irregular. Nos ofrece, no obstante, unas pocas escenas interesantes. Un proyecto ambicioso que descarriló por un desarrollo incorrecto.
El primer recuerdo que conservo de ésta película es el de el frondoso vello púbico de Gina Gehrson. Esto es manifiesto de la irrelevancia del argumento que el director utiliza como hilo conductor para llevarnos a través de una serie de escenas impactantes.
Chris Smith acude a su padre en busca de ayuda. El plan maestro de este personaje es una idea que demuestra su falta de cordura desde un primer momento: pretende asesinar a su madre biológica y cobrar el seguro de vida, todo esto a causa de su inmensa deuda con una banda de mafiosos. Para este menester contratarán a Joe (Matthew Mcconahugh), un policía que a su vez hace la labor de asesino a sueldo.
Este William Friedkin utiliza sus dos personajes femeninos, Dottie Smith y Sharla Smith como vehículo para unas insinuaciones sexuales cada vez menos sutiles. El amor incestuoso que siente Chris hacia Dottie, en contraposición al amor enfermo entre ésta y Joe convierten el filme en un desfile de escenas bizarras por lo general bastante gratuitas y fuera de contexto.
Mcconahugh se corona sin embargo con esta actuación, en la piel de un ser torcido y despiadadamente profesional. Todo parece perfectamente calculado para que Joe rompa su compromiso profesional al mismo tiempo quela virginidad de nuestra tarada protagonista. A raíz de aquí, su trabajo como killer Joe necesitará de unas cuantas horas extra.


El cartel de la película, un nugget de pollo manchado de sangre, captó mi atención y pasé la hora y cuarenta buscando su relevancia. El director finalmente me responde en la escena final, en la que un desatado Joe da rienda suelta a sus perversiones más retorcidas obligando a Sharla a fingir una felación en la que este frito sustituye a su miembro (eyaculación real incluida).
El largo hubiese funcionado mejor si el sexo no hubiera sido el motor primario y el argumento un mero espectro tras una cadena de situaciones extravagantes.

http://www.youtube.com/watch?v=zzRa3GAqNBY    (trailler)

lunes, 11 de febrero de 2013

Killing Them Softly (Un Deja-Vu de Andrew Dominik)


Por Pablo García Romano


De nuevo el director australiano presentó hace apenas un año (septiembre de 2012 en España) una película que parecía a simple vista otra pequeña perla de cine negro entre mafias, lo que podríamos llamar de género “Pulp Fiction”, ya que parece que todas aspiran a ser como la perla de Tarantino (véase el par de intentos de Guy Ritchie). Sin embargo, “Mátalos suavemente” ha pasado completamente desapercibida, y eso que tuvo una buena promoción, entre TV, cines, y marquesinas varias de las capitales de todo el mundo. Habría que observar quién es uno de los productores de esta película, para entender de dónde ha sacado Dominik el dinero para su distribución; aunque teniendo en cuenta, que es uno de sus protagonistas, y que ya ganó un prestigioso premio de cine independiente con otra de las películas del australiano, seguro que a Brad Pitt no le importó aflojar. Dominik consigue lanzar por segunda vez una película que sólo podría haber sido un pequeño capricho para un director de renombre.

 

Centrándonos en la película, montaje y fotografía son tan maravillosos que lo alejan de cualquier otra película. El hecho de haber sido grabada con un tiempo obturación más corto de lo habitual, hace que las gotas de la incesante lluvia de Louisiana resulten de lo más poético.


Se me antoja que el fracaso en taquilla de la misma, o mejor dicho, el poco éxito, es por culpa precisamente, de que nos la vendieron como un filme de cine negro. Y efectivamente es la forma de la película, pero su contenido es muy diferente. Personalmente me recordó en su lenguaje a su inmediata predecesora, el western “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”. Mafiosos reflexivos, humanos y casi filósofos, estoicamente tranquilos y racionales. Lo que nuestro Ivá (Ramón Tosas) intentó hacer con sus personajes callejeros.


Quien la fuera a ver pensando en ver otro “Reservoir Dogs” saldría francamente decepcionado de la sala, pensando que es lenta, pretenciosa y aburrida. Sin embargo, me llevé la (grata) sorpresa de ver una película con un fino humor de lo más cínico, sobre la idea de que la apariencia es lo que cuenta a la hora de elegir una cabeza de turco y de la falsa imagen que todos damos. Y cómo nos auto-encubrimos en una imagen que proyectamos como real, y que no es más que una sombra. Atentos a la película, cada vez que hace un juicio, siempre hay un discurso o una imagen de fondo tan evidente, que convierten a “Mátalos suavemente”, lejos de la idea del cine negro, en la comedia política más sutil y brillante de los últimos años.

viernes, 1 de febrero de 2013

“EL DESPRECIO” (JEAN-LUC GODARD, 1963)


Por: Javier Mateo Hidalgo

Porque el cine es, ante todo, lenguaje, debe de reivindicarse todavía con más fuerza la figura de Jean-Luc Godard. André Bazin, uno de los teóricos fundamentales de la historia del cine, defendía la necesidad de los planos largos para obtener de un film su verdad. Godard pertenece a esa clase de directores que buscan, ante todo, investigar el medio en el que se mueven. Experimentar, desarrollar. No solo de acto, sino de palabra. Es como un eterno niño que necesita conocer, que ansía aprender lo que el mundo le ofrece, para poder después darlo a conocer a los demás. De aquí y de allá recoge y luego expone. Esto le ha granjeado precisamente cierta fama de teórico vacuo. Godard deslumbra al espectador con aquello que le pone delante. El problema es que nada más tocar un asunto, enseguida corre tras otro, dejando al anterior suspendido, insinuado. Es como recorrer distintas partes de una enciclopedia universal deteniendo el dedo en diferentes páginas casi al azar. Sus obras resultan puzzles complejos que configuran una mirada personal y creadora. Para un escritor, siempre es temible el momento en el que, tras pergeñar unas frases, detiene su corriente de pensamiento para encaminarla en otra dirección, preguntándose: “¿Estaré siendo demasiado abstracto y habré errado en mi intención de enseñar, de educar, de descubrir cosas nuevas en el lector?” Godard da por supuesto un sinfín de cosas en el espectador, dando por supuesto que quien se enfrenta a sus cintas lo hace con un amplio recorrido cultural a sus espaldas.


Godard, como digo, experimenta en la forma y en el fondo con sus trabajos. Dentro de este contexto, podemos situar a otros autores como Antonioni, por ejemplo. Puede ser que en muchos casos estos experimentos vivan su momento de esplendor pero no posean continuación y acaben quedando anticuados e incluso incomprensibles. Viendo “El desprecio” uno presencia una frescura latente todavía. Impresiona su color –azul-rojo-amarillo- y simplicidad escenográfica (todo resulta muy teatral). Los escenarios grandilocuentes, Homéricos, de la Naturaleza (un paisaje de Capri), contrastan con los momentos íntimos en casas asépticas, con dos personas una junto a otra conversando sobre aparentes banalidades. Una banda sonora desbordante, obra de Delerue (el compositor favorito de los de la “nueva ola”), parece superar con su grandiosidad a la sencillez de los asuntos tratados en el film. ¿Sencillez? Quizá la cosa esté en que tal sencillez no existe, que es una apariencia, y que lo que bulle en el trasfondo de las historias es mucho más de lo que creemos. Uno de los primeros existencialistas (antes de que se acuñase tal término para designar una corriente literaria) fue Moravia. El título del film hace alusión a una de sus novelas de la que parte esta película. “El desprecio” nos habla de ese momento bisagra en las relaciones personales de pareja en el que todo está a punto de cambiar, y ni sus protagonistas son capaces de advertirlo claramente. Un desamor, todo muy abstracto como para poder describirlo, es proclive a situaciones de deriva, en las que el curso imparable de las cosas continúa avanzando a pesar de que las personas que lo viven no comprenden o no quieren comprender.


El personaje interpretado por Piccoli, es un escritor que ansía ser dramaturgo pero que la necesidad económica le obliga a convertirse en guionista. Un productor americano le ofrece escribir una adaptación de “la Odisea” para que la dirija Fritz Lang.  Picolli vive con Bardott, una mecanógrafa que abandonó su oficio para vivir con él. Ahora, parece que, como Ulises, Piccoli se encuentra en un viaje en el que su Penélope puede volver a él o abandonarle, mientras le espera, ajena a su periplo. Según el personaje de Piccoli, Ulises se ha cansado de Penélope y ha pretextado un viaje con el fin de apartarse de ella durante un tiempo. Él confía en la fidelidad de ella y permite que otros hombres la pretendan. Pero, con lo que no cuenta Ulises, es que Penélope quizá se haya también cansado.
Fritz Lang no está de acuerdo en hacer la película que quiere el productor, y le torea. Sus años de prestigio y su experiencia personal en asuntos comerciales le han hecho perro viejo y se lo puede permitir. Lang pudo representar para los cineastas jóvenes todo un ejemplo de supervivencia. Tras huir de Goebbels y del nazismo en general, reemprende su carrera en el extranjero, como ese pez fuera del agua que ansía respirar aún sin sus branquias. Su epopeya resulta también digna de mención. El desafío de Lang es quizá el desafío de Godard. Por los ojos languianos transitan una serie de imágenes que el director alemán nunca habría realizado. Su mirada limpia, oteando nuevos horizontes cinematográficos, es la misma que la de esa voz en off capaz no solo de narrar una película sino de narrar incluso los propios títulos de crédito, como vemos al principio. Mientras van saliendo de la boca del “creador omnipotente” nombres de actores, de operadores, y otras personas involucradas en el rodaje, vemos en imagen cómo se rueda una de las escenas del film.


Esa especie de dios profano que es Godard, es capaz de jugar incluso con la banda sonora del film. Y cuando hablo de “banda sonora”, no solo me refiero a la música, sino también al sonido ambiental. Uno y otro son interrumpidos y reanudados al antojo del montador, estableciendo un juego bien interesante (y que podemos ver en otros filmes de Godard como “Una mujer es una mujer”).          
“El desprecio” se encuentra repleta de sugerencias que siguen inquietando a quien la ve, provocando cierta reflexión no solo sobre las imágenes sino sobre los sonidos. Tanto Ulises mirando a su regreso la tierra que dejó, como aquellas estatuas que, en sus miradas policromadas de vivo color aparentan observar a pesar de su frialdad, son vivos ejemplos de esa meditación que el cineasta deja al albur del espectador, esos espacios de descanso en los que se reconforta mientras trata de asimilar lo que acaba de dejar atrás (y lo que se prepara a recibir en un futuro).